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domingo, 25 de diciembre de 2011

Lo Que Tu Digas... O No

Ayer como preliminar a la cena de nochebuena, que este año me tocaba organizar a mí por primera vez, tuve una discusión. Probablemente es algo un poco personal y no me beneficie comentarlo, pero esta es mi forma de ser y en parte con este blog pretendo que quien pueda interesarse por mí me conozca mejor. Aunque bueno, soy consciente de que esto no lo lee ni el Tato jajajaja. Intentaré ser breve.

Como he comentado anteriormente, hace unos cuatro meses que estoy a dieta. Es bastante estricta y no es nada bueno salirse de las normas. Entre muchas otras cosas, se prohibe el azúcar, pero también la mayoría de los edulcorantes artificiales. Esto significa que prácticamente sólo se puede beber agua o cosas preparadas con ella (algún café e infusiones).

Cuando no estaba a dieta, las comidas o cenas con los amigos solían incluir algún refresco; el sabor dulce suele entrar muy bien. Lo mismo pasaba si salía a tomar algo: muchas de las bebidas que se venden son azucaradas o llevan edulcorantes. Desde que comencé la dieta, todo eso he tenido que dejarlo. No me ha supuesto mucho sacrificio salvo por el tema de salir, que reduce bastante las posibilidades de lo que puedo tomar. Pero en casa no hay ningún problema. Si quedamos los amigos en mi casa, ese mismo día compramos lo que ellos quieren beber y listo. Si voy a casa de otros, como sólo bebo agua no tengo problemas nunca. A mis amigos tampoco parece importarles: si no hay refrescos, se bebe agua y punto. A mí me parece de lo más sencillo y conveniente.

Así que al pequeño grupo familiar, le tocaba desplazarse a mi casa para cenar. Me preguntaron si necesitaba algo y la verdad es que entre mis padres y yo ya lo dejamos casi todo preparado. Antes de que saliese de casa, le envié un mensaje a mi hermana, diciéndole que si querían beber algo especial, podían traerlo. Craso error. ¿Lo veis? Yo me lo imaginé, pero no pensé que se iba a disparar de esa manera.

Al poco de llegar, se le soltó la lengua como suele pasarle a las mujeres: me dijo que le parecía muy cutre lo que había hecho, que cómo no había comprado la bebida yo, que si lo organizaba yo tendría que tener un poco de todo para ofrecer, que qué hacía cuando invitaba a alguien, ¿le pedía que trajese la bebida?

Bueno, yo flipaba, pero no me callé, porque ya estoy harto de los manejos de los demás y sobre todo de cómo son las tías. Le dije que no tenía nada porque yo no lo podía tomar, ¿por qué tenía que tener almacenada bebida por la posibilidad de que viniese alguien a casa, cosa que no ocurre casi nunca? No me da la gana, hombre. Yo ofrezco lo que tengo, no tengo por qué tener un muestrario de productos y luego tirar la mitad porque se me estropean sin usarlos.

Y vale, entiendo que se ha impuesto como más "socialmente aceptable" lo de tener ese muestrario para agradar a las visitas... Pero no acabo de compartirlo. Si yo necesito algo, lo pido con educación. Ofrecer y ofrecer y ofrecer... No sé cómo explicarlo, pero me agobia.

Hala, se abre la veda para que rajéis acerca de mi comportamiento.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Ansiedad y Autocontrol

Hace un par de meses me pusieron a dieta. Fue bastante repentino; esperaba que el médico diera ese paso (más que nada, porque todos suelen hacerlo), aunque no que lo hiciera tan pronto, en la primera cosulta después de explicarle mis síntomas.

Antes de eso, yo llevaba unos meses intentando perder peso por mi cuenta; lo conseguí en una pequeña cantidad, pero me quedé estancado. En realidad, como cuento en la cabecera del blog, casi siempre he luchado contra el sobrepeso y lo he llevado bastante mal. Hay que reconocer que encuentro un gran placer en comer y el ejercicio tampoco es mi fuerte, por lo que tenía todas las papeletas para estar gordo. Además, las dietas que me iban proponiendo dejaban de funcionarme, o yo me cansaba, o terminaba harto de que me echaran broncas por no avanzar.

Aparte, claro está, si un día me apetecía esto, otro día aquello y al siguiente lo de más allá, sí podía me daba el capricho. Uno tras otro, disfrutando de los sabores (en parte creo que por no poder disfrutar de otras cosas)... Salvo cuando no los disfrutaba por comer compulsivamente, por no poder conseguir esa satisfacción que mi cabeza disfraza de hambre.

Cuando me dio la hoja de esta dieta, flipé bastante. Era mucho más estricta de todas las que había intentado hasta el momento. Y también era muy diferente. Examinando con más calma la información una vez llegué a casa, lo primero que pensé era cómo narices iba a poder seguirla. No había opciones, o eso parecía; no podía ni acercarme a comer lo que me había habituado a consumir durante años. Era otro mundo que me exigía unos cambios de hábitos radicales.

En algún sitio he leído o escuchado que para acostumbrarse a algo, es necesario hacerlo durante tres semanas. A partir de ahí, al parecer, se coge el hábito y ya no es tan costoso. No sé si será verdad; lo cierto es que sobre todo la primera semana alucinaba para pensar, planificar y hacer lo que tenía que comer durante el día. Cinco comidas al día, con sus reglas establecidas y tener que llevar las cosas preparadas al trabajo, intentando no salirme de las pautas. Total, que al principio, sin costumbre ni referencias, me pasaba todo el tiempo que tenía ocupado con las dichosas comiditas.

Por suerte, esta vez me pilló con ganas de cambiar, porque aunque durante años el peso no me supuso ningún problema (o eso creía yo), durante los últimos meses ya me había empezado a encontrar un poco incómodo. Y bueno, aparte de esa motivación hay que mencionar el miedo a que el propio médico me escamochase... (Ejem, ¡hola majo!). Y afortunadamente la pérdida de peso comenzó rápidamente, lo que me animaba a continuar.

Echo de menos muchas cosas... Como he dicho, para mí comer es un placer absoluto (en algún momento volveré a hablar de ello y otros placeres). En realidad cualquier cosa prohibida me tienta, pero lo que más me está costando es no comer dulce. Afortunadamente no me ocurre siempre, pero hay veces que estoy comiendo y pensando en qué voy a comer después... Y cuando he terminado, sigo pensando que tengo hambre. Y pienso en el placer que sentiría que si tuviera a mano una tarrina de helado, o la gran diversidad de cosas dulces que me gustan. Lo paso bastante mal. Las únicas cosas dulces que puedo tomar son infusiones o café con edulcorante. Hasta ahora es lo único que me quita un poco el ansia de dulce, aunque no siempre.

Si estoy aguantando es porque pienso en perspectiva en el camino que he recorrido y que no quiero estropear. Me queda bastante por conseguir y viendo lo que ya he hecho, sé que es posible. El mantenimiento será muy difícil también y hay que seguirlo toda la vida. Es un sacrificio constante, pero es lo que hay, si quiero que la salud mejore.

Ventajas: Casi siempre suelo comprar en el mismo sitio y ahora sólo tengo que visitar tres o cuatro pasillos; visitar los otros ocho es tontería, porque no hay nada en ellos que pueda comer. Por tanto, el ahorro de tiempo bastante importante. Y además evito tener que mirar muchas de esas cosas prohibidas.

Inconvenientes: Supongo que cambiará mi público. O no, vete a saber. Me refiero a que sabía más o menos a quién gustaba o dejaba de gustar... Aunque es posible que el público también cambie a mejor. Las gallinas que entran por las que salen, o algo.

A mí no me atraen los hombres delgados; normalmente sólo los hombres fornidos me llaman la atención. No es necesario que sean muy gordos, porque realmente no me refiero a los gordos clásicos... No sé si existe una palabra para definirles... Anchos, recios, con cuerpo, no sé. Para mí son hermosos. Pero que lo sean ellos. A mí se me ha acabado la época de estar así.

De todas formas no es que esto del público me preocupe mucho en las circunstancias actuales. Y en cualquier caso, prefiero tener salud antes que público...

jueves, 3 de noviembre de 2011

Golpe de Risa

Cuando estoy estresado, me pasa una cosa curiosa: como algo me haga gracia, no puedo parar de reír. Esta jugarreta que al parecer a mi cuerpo le gusta gastarme de vez en cuando (supongo que para relajar la tensión), por otro lado tiene su aspecto incapacitante, ya que al presentarse en momentos de tensión, es raro que me pille en casa.

Me pasa muy de tarde en tarde, pero de las cuatro veces que ahora mismo recuerdo (separadas por meses o incluso años), dos fueron en el trabajo, una en casa (esa sí que fue la ostia) y hoy, justo al entrar en el coche al acabar la jornada laboral. Antes no relacionaba estos ataques de risa con nada, pero las últimas veces me di cuenta de que eran una válvula de escape automática (y sin control por mi parte). Según pasa el tiempo, parece que va uno conociéndose mejor.

Las dos veces que recuerdo de la oficina (por suerte en dos oficinas diferentes), de nada sirvió intentar parar, ni ir al baño, ni desaparecer de mi sitio. Llegó un momento en que sólo pude taparme la cara con las manos, pegarla a la mesa e intentar que mis carcajadas fuesen lo más susurradas posible. Evidentemente la gente de alrededor me miraba y pensaban que me pasaba algo, pero como la risa suele ser contagiosa, al final sólo hubo un poco de cachondeíto y poco a poco se me pasó, aunque dadas las circunstancias, no lo disfruté mucho porque algún jefe había cerca.

El día que me pasó en casa, pensé que no podría parar de reir. A cada momento que mi imaginación revisitaba la causa de la risa y añadía nuevos elementos, se reavivaba la mecha y casi no podía respirar. Lloraba y moqueaba, me tiré en el sillón y dejé que saliera todo. Yo creo que estuve más de media hora sin parar. Me dolían los carrillos de la cara, la tripa y las costillas como si me hubieran dado una paliza.

Hoy salía del trabajo bastante agotado. Llevo unos días un poco más ocupado que de costumbre y al parecer se me ha ido acumulando algo de tensión. Llego al coche, abro y por aquello de no molestar a los demás coches que venían por la calle, entro a toda prisa y meto la pierna izquierda con tal energía que me endiño tremendo sugus en todo el muslo.

Para los que no estén familiarizados con el término, un sugus (aparte de un caramelo) era como llamaban en mi colegio a un rodillazo en el muslo, una de las múltiples nombres de ostias específicas con las que nos pegábamos cuando éramos niños... Había toda una retahila de técnicas: chopitos, collejas, tobitas, sardinetas, batarros... Sí que éramos bestias, sí. Lo que no sé es si estos nombres serían autóctonos de mi zona o estarían extendidos a otros lugares.

Pues nada, que estaba yo disfrutando de esos primeros momentos de dolor intenso cuando me ha dado la risa floja... Y ya no podía parar. He intentado arrancar el coche, pero no lo he conseguido a la primera. He empezado a llorar de la risa, se me han nublado los ojos y aun así, estaba decidido a salir conduciendo. Y durante varias calles he tenido que esforzarme en dejar de reír, por temor a darme un golpe. Hubiera vuelto a parar para desahogarme un poco, pero no había sitios para aparcar a la vista... Así que he seguido hasta casa, aunque lo de contenerme ha sido un poco anticlimático. Y aquí no he conseguido volver a pillar la risa floja, así que habrá que esperar a mejor ocasión.

domingo, 24 de abril de 2011

¿Y Por Qué Estoy Que No Me Aguanto?

La razón principal, en mi opinión y conociéndome desde dentro, por la que estoy que no me aguanto, es por Lo Único. Tomando prestado lo que dijo Homer Simpson acerca del alcohol: causa y -al mismo tiempo- solución de todos nuestros problemas.

Sí, el sexo. No es la primera vez que lo digo ni será la última. Está clarísimo. Desde que no siento placer sexual, no soy el mismo. Nunca he sido la alegría de la huerta y aún así puedo decir que se me ha jodido el carácter, probablemente porque pienso que ahora tengo una razón para ser negativo. Hay quien llama "mal follados" a quienes tienen un carácter agrio y desagradable. Y no les falta razón. Donde esté una buena corrida, que se quite el fútbol. Y los toros. El desahogo que proporciona el sexo es difícil de encontrar en otra parte, si es que existe.

Y es una cosa sencilla: cuando alguien te gusta, o cuando la imaginación se pone a trabajar, las caricias tienen un sabor extraordinario, el placer se siente de forma natural, muy intensa, y sobre todo AUTOMÁTICAMENTE. No hay que hacer nada especial: te acaricias y te da un gusto que te mueres. ¿En qué cabeza cabe no sentir algo que es automático, que es deseado y que siempre ha funcionado sin preocuparse de su mecanismo interno?

Ni siquiera estando con alguien que me guste mucho, que me apetezca mucho, consigo sentir nada. Es desesperante. Yo creo que no fue una depresión lo que me causó la anhedonia, sino que va a ser la consecuencia. No sé si estaré deprimido ya. El caso es que no tengo ganas de experimentar más. En este momento, puede que parte de la culpa la tenga la medicación.

Lo último ha sido probar un cambio en mi antihistamínico, a sabiendas de que me iba a sentir cansado, adormilado y posiblemente me despertaría el apetito. Por suerte esto último no ha ocurrido: no me ha dado más hambre y sigo en mi peso habitual. Pero estoy cansadísimo, todo el día arrastrándome, recuperándome sólo a media tarde... Y no ha habido ninguna mejora en cuanto a sentir más placer. Ni siquiera creo que llegue a completar la caja de pastillas. Volveré para que me receten lo de siempre.

Lo siento mucho si he hecho daño a alguien, porque no lo pretendo. No me encuentro bien para iniciar una aventura en serio. Quizá sea mi anhedonia; quizá sean más cosas como mi miedo al cambio. Agradezco ver que hay buenas personas en el mundo y estaré encantado de encontrar amistad, compartir momentos agradables, vivir experiencias... No creo estar preparado para algo más profundo. Digan lo que digan, el sexo es algo importante y privar de ello a una relación es un duro golpe. No quiero cargar a nadie con este problema.

Sólo me queda reiterar desde aquí que disfruten todo lo posible, porque nunca se sabe si en algún momento ese placer va a desaparecer. Las cosas no se suelen apreciar mientras se tienen, sino cuando se pierden.

En mi caso, una vez probado el camino de intentar sentir algo sin conseguirlo, me queda otro camino por probar: olvidarme un poco del tema y diversificar mis actividades, buscando otros intereses que llenen mi vida.

jueves, 21 de abril de 2011

Estoy Que No Me Aguanto

Hace mucho que no escribo por aquí. No encontraba una razón clara para escribir. Creo que tengo un ovillo de sentimientos completamente liados unos con otros, cada vez más complicado y no hay forma de desentrelazarlos. Pero por algún sitio tengo que empezar a tirar del hilo, y ojalá al menos me sirva para desenredar una parte. Esto va a ser destructivo conmigo y con otros, y probablemente durante varias entradas.

Hay algo que aflora bastante estos días: rabia. Me siento mal, enrabietado con cientos de cosas. Ahora mismo ha aflorado con fuerza: mis vecinos me tienen hasta los cojones. No lo puedo decir de otra forma. No entiendo como a alguien le puede alegrar tanto que un equipo de millonarios gane un trofeo de fútbol por encima de otro equipo de millonarios. Ni por qué esa necesidad de llamar hijosdeputa a los del otro equipo, ni gritar, ni dar palmas, ni saltar como loco, cantando "hemos ganado la copa, qué alegría". No lo entiendo.

Y no son los únicos: en el barrio ya andan tirando cohetes, saliendo a la calle a dar vueltas con el coche, pitando y celebrándolo.

La verdad, me daría igual que celebrasen lo que les salga del nabo, pero es que no puedo. Me cabrea vivir entre estas paredes de papel donde todo se oye, desde el más pequeño susurro, así que no digo nada cómo es con los gritos, los saltos, los cánticos... Y para hacerlo más interesante, la estúpida de arriba caminando con zapatos de tacón todo el puto día (y la noche cuando quiere también), aunque ya le pedí por favor que se moderase, que molestaba mucho. Sigue igual o peor, porque ahora diversifica: cuando le peta el coño, se pone a cantar ópera, a hacer sus clases de aerobic saltando, a gritarle al perro, o lo último: tocar los bongos.

Les da igual, la gente es feliz con sus mierdas y les importa un pito si molestan a los demás. Hace poco tuve que estudiar y todavía no sé cómo aprobé; desde luego no fue gracias al silencio en casa ni en la academia. Por mucho autocontrol que utilizo, viendo el egoísmo que gasta todo el mundo, hay días que iría repartiendo ostias con la mano abierta a todo el que se pusiese en mi camino. Lo malo es que sé que no me desahogaría ni serviría de nada útil. Y me aguanto, y me aguanto... Y así, cuando algún día exploto con alguien, no tengo medida. Quiero la Destrucción Total. A tomar por culo todo.

Para calmarme intento pensar que todo podría ser mucho peor, intento apreciar lo que tengo, pero no me siento satisfecho. Quiero cambiar y sé que va a ser difícil y que va a ser necesario dar pasos complicados para los que no sé si estoy preparado.

Joder, y qué envidia me dan, sintiendo esa felicidad, desconectando así de los problemas del mundo. Qué envidia les tengo, porque yo no siento esa pasión por nada ni por nadie. Me siento desconectado, pero del resto del mundo. No me siento integrado. Me siento un bicho raro. Me siento mal por sentirme enrabietado. Unas cosas me llevan a otras, y ninguna productiva.

Hablando de producir, ahora mismo no sé qué hacer con este blog ni con lo demás, ni con muchas cosas. Si esto no es la crisis de los 40 a los 38, poco le debe faltar.

Continuará...

miércoles, 19 de enero de 2011

Proyección Mental (I)

No se podía quejar; su trabajo era cómodo. También su esfuerzo le había costado... Unos cuantos años estudiando sobre todo formulaciones químicas, aunque también muchas otras cosas. En cualquier caso le gustaba; cuando comenzó a ver los primeros conceptos de química en el colegio ya se sintió fascinado por la belleza de la tabla periódica, las combinaciones que parecían no tener fin, las reacciones...

Ahora allí estaba, hacía ya más de dos años, moviéndose con soltura en una farmacia bien grande, entre muchos otros farmacéuticos titulados. Y había descubierto otra de sus pasiones: imaginar las vidas de aquellos que venían a pedir medicamentos. Las historias eran tan variadas e ilimitadas como las combinaciones de elementos químicos.

Un chico al que calculó una edad de treinta y tantos años entró en la farmacia y se dirigió al mostrador. Como estaba libre, se acercó a atender antes de que el pesado de su jefe comenzase a meter prisa para variar. El chico saludó y le entregó la receta. Su cerebro comenzó a procesar información rápidamente: dónde encontrar la caja del medicamento, descomponer su formulación mentalmente y como siempre, imaginar la vida de aquel paciente.

"Pobre" -pensó enseguida. "Tan joven y ya tomando medicación para la próstata... Normalmente los que se llevan esto andan sobre los cincuenta. Qué marrón. Bueno, por lo menos algo le hará el medicamento; suele ser bastante efectivo... Lo malo es que seguro que eyacula para adentro, como Sanchez Dragó. En fin".

Antes de volver con el cliente, se dio una vuelta hasta las cajas de muestras de regalo y cogió un frasco de gel de baño. "Lo que me parece increíble es lo que se debe llevar mi jefe a fin de mes. Mira que el margen de beneficio está fijado por ley... Qué no venderá para poder regalarle un litro de gel de baño a todos los clientes que se gastan más de diez euros".

Regresó a donde estaba esperando el chico, le comentó que le regalaban el gel con la compra, cortó el código de barras de las pastillas con un cutter, lo pegó en la receta y cobró. "Once euros con catorce céntimos, caballero". El chico le dio un billete de veinte, más un euro con veinte céntimos, que le dejaron descolocado momentáneamente. Entonces cayó, dijo "ah, sí. Perdone". Fue a la caja, trajo los diez euros con seis céntimos que sobraban y se los dio al chico, junto con el recibo de compra.

El cliente se despidió y él hizo lo propio. Su jefe ya estaba diciendo: "a ver, atended a esta señora. Hay que salir ¿eh?". Como estaba libre, se acercó y saludó. La señora le tendió un par de recetas coloradas. "Enseguida, señora" -dijo y observando las prescripciones, su cerebro comenzó a maquinar de nuevo mientras iba en busca de los medicamentos.

"Yo no sé por qué mandan los médicos estas cosas, si no hacen nada, con lo malas que son. Anda que menudo jamón habrá soltado el visitador...".