Buscar en este blog

miércoles, 28 de enero de 2009

Recursividad

Se sentó ante la pantalla. No sabía cómo comenzar, era uno de esos días en que no conseguía organizar sus ideas. En su imaginación revoloteaban retazos de historias inconexas. En otros tiempos se le había dado bien enlazar todos aquellos fragmentos. Una vez comenzaba a escribir, hubiera dicho que eran los propios personajes quienes le iban contando la historia y él se limitaba a transcribirla.

A menudo pensaba que no había otra explicación posible, puesto que día a día las piezas iban encajando como en un puzzle hasta formar la imagen completa, esculpiendo las situaciones mediante frases que inevitablemente llevaban a las conclusiones lógicas, rellenando todos los huecos de forma perfecta.

Cuando comenzó sus primeros intentos literarios, únicamente disponía de papel y bolígrafo. Casi todos se sorprendían al saberlo y muchos admiraban más a partir de entonces su habilidad para componer aquellas obras sin la ayuda de una máquina. Los ordenadores se habían incorporado ya de tal forma a todas las actividades imaginables, que prácticamente nadie podía concebir el trabajo manual y mental sin ayuda mecánica. Pero no hacía tanto tiempo que todos los autores creaban sus obras únicamente con sus propios medios.

En realidad sentía nostalgia de aquel proceso creativo, quizá más caótico pero sin duda mucho más disfrutable. Tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos para poder seguir viviendo de sus obras. Debería sentirse orgulloso; pocas personas podían decir lo mismo. Sin embargo, las máquinas habían privado a sus ideas de la frescura de antaño. O quizá fuese simplemente el ritmo cada vez más rápido que imponía la sociedad.

Y aún así, siempre llegaba la inspiración. De alguna forma conseguía superar el terrible momento frente a la página en blanco y escuchaba, escuchaba cada vez más concentrado, hasta que una voz se hacía perceptible, más y más nítida. Sin siquiera presentarse formalmente ni adelantarle ningún detalle comenzaba a hablar. Y él transcribía, sabedor de que merecía la pena, como todas las veces anteriores.

"Se sentó ante la pantalla. No sabía cómo comenzar, era uno de esos días en que no conseguía organizar sus ideas...".

domingo, 4 de enero de 2009

Pero Qué Hermosura

Si hubiera bajado al metro en otro momento...
Si no me hubiera parado a mirar la pantalla...
Si al reportero le hubiese dado por entrevistar a otra persona...
Si no le hubiese conocido, seguramente sólo habría pensado: "¡qué hombre más hermoso!".

Pero no era así, y allí estaba él, en la pantalla de televisión en aquella estación.

Se me aceleró el corazón de inmediato y seguramente en ese momento habría ganado a Pilar Rubio en una competición de abrir los ojos como platos.

Allí estaba él, de entre varios millones de habitantes. Y allí estaba yo, anonadado por aquella cadena de casualidades. Yo, que me había debatido entre buscarle y tratar de olvidarle, sabiendo que no conseguiría nada persiguiéndole, pero con el dolor de no poder quitármelo de la cabeza.

Y de hecho nunca he conseguido olvidarle. La razón es un pequeño secreto: su recuerdo es de los pocos que todavía consigue hacerme sentir algo.

¡Ainssss! En fin.

Qué guapo está el condenao. Qué jodío.