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martes, 6 de noviembre de 2007

adiós, amigo

(publicado originalmente el domingo 22 de octubre de 2006, 03:51:00 PM)

Nadie te prepara para la pérdida de un ser querido. La primera mala noticia vino directamente de él: una llamada de teléfono, lágrimas incontenibles. Lo que me han encontrado es malo. Palabras de ánimo y de aliento, diciéndole que lo que tiene que hacer es luchar con todas sus fuerzas, que los médicos harán todo lo posible pero que él tiene que poner todo de su parte.

Mentiras piadosas que no dejan de ser mentiras, aunque no conozco el estado en detalle, ni quiero saberlo para aferrarme a algo. Malos presentimientos que no quiero escuchar. Pequeñas esperanzas tras alguna mejora. Una salida del hospital en el intermedio entre radioterapia y quimioterapia. Reentrada tras una recaída fulminante. Tratamientos que sólo consiguen destrozar las pocas defensas que quedan. Yo no sé qué hacer, no sé si puedo hacer algo por ayudar, en la forma que sea... Mi falta de experiencia es enorme.

Cada vez se hacía más duro ir a visitarle... Es muy duro ver a una persona postrada en una cama, después de haberle conocido en toda su actividad. Entre los dos estaba claro que me tendría a su lado cuando me necesitase, pero me dolía mucho estar más tiempo.

La culpa siempre nos hace mirar atrás, pensando que podríamos haber cambiado algo para que no llegase el desenlace. Pero hay tantos elementos que el cambio se hace bastante incontrolable. ¿Podría haber ido antes al médico? ¿Pudo el médico darle poca importancia al principio? ¿Podría haberse salvado aunque le hubiera dado más importancia? ¿Se utilizó el tratamiento adecuado? ...Siempre nos quedaran todas esas dudas y muchas otras.

Una amistad de cinco años que comenzó casi por casualidad. Tras el primer encuentro a través de Internet, la mayoría de las veces no se suele volver a coincidir. Pero yo siempre he sido muy solitario y se me ocurrió volver a llamarle para salir a dar un paseo. En pocas reuniones se perfiló como alguien con quien podía hablar de cualquier tema que me interesase o preocupase. La mayoría de sus amigos lo eran prácticamente desde hacía treinta años. En comparación, sólo he formado parte de una pequeña parcela de sus vidas, pero me han abierto los ojos al mundo y nunca podré agradecérselo bastante.

Era, sin ningún género de duda, mi mejor amigo. Por supuesto que tengo otros amigos, no muchos, pero algunos quedan, casi todos de la época estudiantil. Pero no me puedo integrar completamente con ellos por culpa de los secretos. Me autoexcluyo, porque incluso entre la gente joven hay muchos prejuicios, pero también porque yo mismo no estoy seguro de que deban saberlo. Alaska lo dijo una vez y ha quedado bien claro: ¿A quién le importa? Está claro que es el mayor escollo en mi soledad e introversión.

Finalmente, recibo una llamada de madrugada, justo antes de salir a trabajar. Pido que me den más datos cuando sepan dónde se hace el velatorio. La información me llega mientras hago la compra por la tarde. Hay detalles curiosos que no se olvidan: recuerdo que justo después de colgar el teléfono, una señora me pide que le mire un precio, porque se ha olvidado sus gafas. Me sorprendo consiguiendo contener mis emociones mientras recojo lo que me falta, lo llevo a casa y tras colocar lo que necesita estar en la nevera, marcho hacia el tanatorio. Nunca había estado allí y me meto por la calle equivocada antes de dar con el camino correcto.

Saludo a la familia y los presentes, con los que he tenido muy poca relación hasta ahora. Paso a verle y no puedo evitar romper a llorar. También es la primera vez que me encuentro en una situación de este tipo sin mis familiares para consolarme. Intento calmarme y hablo un rato con su hermano.

Vuelvo a casa. Ceno algo y trato de no pensar mucho. Me voy pronto a la cama para estar listo al día siguiente. Por la mañana vuelvo y esperamos al momento de la partida. Hay mucha emoción en el aire... Lágrimas de nuevo en la despedida.

Adiós, amigo.

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